lunes, 9 de noviembre de 2009

RELEYENDO AL PROFESOR SAMUELSON...


por Jorge C. Elena

El nombre del Profesor Paul A. Samuelson, Premio Nobel de Economía en el año 1970, es bien conocido para todos aquellos que estudiamos algo de economía en los años sesenta. Su obra principal era libro de texto en los primeros cursos de Macroeconomía. De allí, una gran dosis de respeto para con el viejo maestro.

Hace un par de meses, el suplemento económico de unos de los principales diarios argentinos publicó un artículo del Prof. Samuelson, vinculado a la gran crisis económica actual y a sus posibles escenarios futuros. Me quiero referir a un par de afirmaciones que se formulan en dicho artículo: “Lo último que nos dijo la Fed es que la economía de EE.UU. ya dejó o dejará pronto de caer. Se estabilizará, ¿Qué es lo que esto no significa? Esto no dice nada sobre cuánto tardará EE.UU en regresar al nivel que tenía en 2008, antes del cataclismo de la recesión”. Seguidamente señala que “…a nivel mundial posiblemente no se repita la vieja escena en que la locomotora estadounidense tira de las economías deprimidas.” Y más adelante agrega : “A Francia y a Alemania les fue mejor en la crisis actual que al resto de la UE. ¿Quién podía esperar algo así de dos sociedades con tan pocos días de trabajo duro por año y sindicatos poderosos?”. Agreguemos nosotros que a Francia y a Alemania no sólo les fue mejor que al resto de la Unión Europea, sino también mejor que al propio Estados Unidos. Dejemos por un momento estos comentarios del Prof. Samuelson, a los que volveremos más tarde.

Durante las dos décadas en las que predominó el pensamiento neo-liberal en el diseño de las políticas económicas (años ochenta y noventa), uno de los postulados esenciales fue el de la “flexibilización laboral”. En esencia, este era un eufemismo para referirse a una mayor facilidad en la realización de despidos de personal por parte de las empresas, eliminando o disminuyendo las protecciones al empleo existentes en la legislación laboral de la mayoría de los países occidentales. El argumento básico de esta propuesta era de que, si se facilitaban los despidos, también se facilitarían las nuevas contrataciones de personal, ya que los empresarios serían más proclives a aumentar el número de sus obreros y empleados, al saber que, en caso de equivocarse y contratar de más, podrían despedir fácilmente el sobrante. “A contrario sensu”, la rigidez laboral actuaría como un freno para el incremento de personal, ya que los empresarios serían muy cautelosos antes de ampliar su fuerza laboral, por la dificultad de despedirlos posteriormente, de ser eso necesario por la evolución del ciclo económico. Ese el argumento y esa la propuesta , que fue aplicada plenamente en varios países como los Estados Unidos y el Reino Unido. Asimismo, posteriormente se procuró trasladarla a los países latinoamericanos, a través de consejos directos del Tesoro americano y de planteamientos de los organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el BID (en orden de intensidad decreciente). No en todas partes fueron aceptadas esas propuestas, que formaban parte del proyecto neo-liberal de desmontar el considerado anacrónico “Estado de bienestar” (“Welfare State”), establecido en la post-guerra en la mayor parte de los países occidentales, incluyendo algunos países latinoamericanos. Recuerdo muy bien (porque en esos años estaba trabajando allí) que en Francia el Presidente Mitterrand se negó a hacerlo, señalando que no estaba dispuesto “a suprimir cincuenta años de conquistas sociales”. (Incidentalmente, un proyecto de ley de “flexibilización laboral” fue considerado en el Senado argentino, durante el gobierno del Presidente Radical Fernando De la Rúa, dando lugar a un sonado episodio de corrupción parlamentaria que aún hoy la Justicia investiga. El proyecto no fue aprobado).

Volvamos a Samuelson. Pero, Profesor, ¿no será que a Francia y a Alemania “les fue mejor” que a los otros países de la UE y a los Estados Unidos, justamente por esas “rigideces laborales”, derivadas de una legislación protectora del empleo y de la existencia de fuertes sindicatos que la defendían? ¿No habrá sido éste un elemento esencial para el mantenimiento de los niveles de demanda interna en estos dos países, lo que impidió que se desencadenara un proceso de “espiral a la baja”, como en los Estados Unidos o en el Reino Unido? Todos recordamos las noticias del último trimestre del 2008 : que Citibank despidió 52.000 empleados, que International Harvester redujo su fuerza laboral en 36.000 obreros, que General Motors eliminó 45.000 puestos de trabajo, etc, etc. El problema es de que, como las monedas, un obrero tiene dos caras : por un lado, es un costo de producción para la empresa que lo emplea. Si bajan las ventas por la crisis, debe también bajarse la producción y, entonces, sobran obreros, que deben de ser despedidos para abatir los gastos de la empresa y permitir su supervivencia. Pero, generalmente, se olvida la segunda cara de la moneda, es decir que el obrero es, al mismo tiempo, un consumidor y que, si es despedido, verá disminuír sus ingresos, por lo que deberá consumir menos. Dicho de otra forma, cuando procurando reducir sus costos la empresa A despide a una parte de su fuerza laboral, al mismo tiempo le está eliminando consumidores a las empresas B, C y D. Lo que es, aparentemente, una buena solución microeconómica (o sea del punto de vista de la empresa) tiene, después de agregada, pésimos resultados macroeconómicos (o sea al nivel de la economía en su conjunto). Volviendo a los casos citados, difícilmente alguno de de los despedidos del Citibank o de International Harvester pudo, después de quedarse sin trabajo, comprar autos a la General Motors la que, al no recuperarse sus ventas, tuvo que echar a más personal (hasta que intervino el Estado americano con su programa “autos por chatarra”, pero ese es tema para otro artículo). Por esta razón, los despidos incontrolados en épocas de crisis llevan a que a más despidos, menos consumidores, lo que se traduce en una caída adicional de las ventas, por lo que se despide más gente, lo que conduce de la mano a un menor consumo y nuevamente a menores ventas y, así sucesivamente, en este proceso de “espiral a la baja”. Además, el efecto es más grave todavía, porque aún aquellos que conservan el empleo, preocupados por la perspectiva de ser también ellos despedidos, bajan su consumo y aumentan sus ahorros, de forma de poder enfrentar el despido, si éste se produce. Los Estados Unidos tienen hoy cerca de un 10 por ciento de desocupación, o sea alrededor del doble del existente antes del inicio de la crisis en setiembre-octubre del 2008. Pero el principal problema por el cual la economía americana no se reactiva rápidamente es que el otro 90 por ciento de la gente, o sea la que ha conservado su trabajo, ha perdido la confianza en el futuro y se siente desprotegida, lo que la lleva a limitar fuertemente sus niveles de consumo, por el temor a un posible desempleo. O sea que cuando la desocupación supera cierto umbral, se produce un marcado “efecto demostración” sobre la población ocupada, la que altera a la baja sus hábitos de consumo, reduciéndose así la demanda global de esa sociedad. En este contexto, la legislación laboral existente en Francia y Alemania parece haber actuado como una especie de escudo, logrando que los consumidores franceses y alemanes se hayan animado a mantener sus patrones de consumo, al sentir que sus trabajos estaban más seguros. Así, la seguridad laboral (una de las conquistas sociales a las que se refería Mitterrand) ha contribuído a evitar que las ventas de las empresas no cayeran excesivamente y que no se comprimiera tanto la demanda global. ¿No le parece estimado Profesor Samuelson que hay un poco de verdad en todo esto y que las medidas protectoras del empleo explican algo de su paradoja franco-alemana?

Además, cabe señalar que la opinión pública, en buena parte de los países europeos y latinoamericanos, le asigna una fuerte valoración social a la seguridad de las fuentes de trabajo, a diferencia de otras sociedades, como la americana. En la Argentina se han tomado, en los últimos meses, medidas protectoras del empleo, lo que está bien, tanto del punto de vista macroeconómico como social. Dentro de este tema, vale la pena mencionar una medida tomada por el gobierno argentino, que despertó interés en la OIT. La referida medida se vincula con el pago de un subsidio directo a las empresas que mantienen su plantilla de trabajadores. En otras palabras, el Estado paga parte del salario del obrero o empleado considerado sobrante, en vista de los nuevos y más bajos niveles de actividad de la empresa. “A priori” parece inteligente que el Estado pague sólo una parte del salario de un obrero que, entonces, continúa permaneciendo en la nómina de trabajadores de la empresa, antes que permitir su despido para luego pagarle al obrero o empleado la totalidad de una prestación por desocupación. Parece innegable que el costo fiscal por obrero va a resultar menor con este enfoque. Aparte del presumible menor costo fiscal, esta iniciativa argentina tiene otra ventaja, intangible pero no por ello menos real : este mecanismo permite que el obrero o empleado de una empresa siga vinculado a la misma o sea que evita la pérdida de autoestima involucrada en la condición de desocupado.

Sería interesante tener una evaluación objetiva del resultado de este programa, a saber : si el mismo tuvo un impacto masivo o fue sólo aplicado en forma piloto, cuántos obreros y empleados se beneficiaron, cuánto gastó el Estado, cómo se seleccionaron las empresas que participaron en el programa, etc. Es una pena que, en estos momentos de enfrentamiento político tan encarnizado, resulte muy difícil que se vaya a evaluar objetivamente este aporte conceptual surgido en la Argentina. En fin, una información estadística menos, en un país con cada vez menos estadísticas.



2 comentarios:

  1. Muy bueno tu comentario Jorge y sobre todo oportuno cuando se celebra la caída del muro de Berlín como triunfo del capitalismo. Es bueno recordar que hay capitalismos de distinto color y que la estabilidad laboral es también estabilidad macroeconómica. Oscar, desde Francia.

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  2. Adhiero al comentario de Oscar desde Francia, en mi caso desde más cerca, Asunción-Paraguay. Quisiera agregar que la intervención reguladora del Estado en la relación entre crisis y empleo, además de las implicancias macroeconómicas, tiene contenidos de equidad y solidaridad en lo más profundo del tejido social y político de cada realidad. Es decir: quién debe pagar los platos rotos de la fiesta? saludos mauro

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