viernes, 11 de diciembre de 2009

TANGO Y CAFETINES

por Carlos T. Grillo y Carlos A. Manus

Puesto en la perspectiva de haber sido el refugio donde los sentimientos, los sueños y la fantasía no encontraron ninguna censura, el cafetín ocupó y ocupa en el recuerdo una de las vidrieras más importantes en la mitología de Buenos Aires. Simbolizó algo así como un universo en pequeño, donde su cielo de humo, el fuego de los puchos y el derrape del alcohol le otorgaron la escenografía ideal para que los hombres transitaran sus mesas convertidas por la magia de los sueños en infinitas calles de sabiduría.

Al igual que el sentimiento, el cafetín no tuvo patria. Por eso, en alguna medida, reemplazó al país de los hombres que la correntada del destino arrancó de sus playas de origen para recalar en la nuestra. Entonces, el cafetín se convirtió en el anfitrión políglota que les dio lugar en su mortecina geografía para que pudieran entenderse a través del lenguaje de la nostalgia. Pero su historia no se acota en esa parcela trazada por el lápiz gris de la inmigración: va mucho más allá pues sus mesas discretas, confidentes y que nunca preguntan conocieron las luces y las sombras que suelen circunvalar el alma de cada hombre.

Las mañanas, tardes y noches del café, independientemente de la heterogeneidad de sus visitantes, fueron algo así como un iluminado proscenio donde la vida nunca bajó el telón. Temas como la mujer, la timba, el deporte, la bohemia, los ideales, el amor, la política, la infamia, el dolor, la guita, la filosofía, entre el infinito listado de las demandas humanas, recalaron burda o sabiamente sobre sus mesas. Pero también prefirieron, tomando los atajos que otorga la libertad, refugiarse en ese confesionario que fue el estaño, gris como los dolores o las esperanzas de aquellos que prefieren la compañía de la soledad.

Por ello, el cafetín se caracterizó por ejercitar naturalmente un principio social de enorme gravitación en el entramado de la vida: la pluralidad de la convivencia, la no discriminación cobró en su geografía un valor excluyente. Personas de las diferentes escalas sociales y de valores morales e intelectuales antagónicos encontraron en el cafetín el ámbito y la posibilidad de convivir sin subordinar sus identidades.

Entre la variedad de sus temas, el tango ha dado cabida a los cafetines así como a las cantinas, restaurantes, cabarets, peringundines y bodegones, a veces con sus nombres propios y otras en forma genérica: Armenonville, café La Paloma, El Tropezón, Palais de Glace, Hansen, Lo de Laura, La Vasca, El Tambito, Los Inmortales, Tortoni, El Galeón, Royal Pigalle, El Trianón, Café La Humedad, T.V.O., Rodríguez Peña, Canadian, Dante, Café de los Angelitos y otros…

En los depredadores tiempos que corren, el cafetín, tanto en su estructura edilicia como en las costumbres de la gente, es una gota de alcohol en las heridas del recuerdo. Se perdieron los pilares que lo sostenían: de la nostalgia del inmigrante pasamos al dolor de la emigración; la ansiosa y devota espera futbolera y turfística de los domingos ha sido reemplazada por la desteñida rutina del acostumbramiento porque ahora hay fútbol y carreras todos los días.

El cafetín, casi seguro, no escapará a nuestra patológica tragedia de olvidar la memoria, pero subsistirá en el archivo del tiempo como una escuela de vida donde al repiqueteo de los dados, el orejeo de los naipes y los catedráticos sermones de sabihondosy suicidas muchas generaciones aprendieron el más hermoso y difícil de los oficios: el oficio de vivir.

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