viernes, 9 de abril de 2010

DETRACTORES ARGENTINOS DEL TANGO III

Por Carlos A. Magnus

Algunos escritores argentinos de fuste se dedicaron a desprestigiar el tango, a negar su origen o a renegar del mismo. Dado su prestigio o las posiciones relevantes que ocuparon, sus opiniones fueron acogidas en algunos periódicos nacionales y extranjeros, además de ser manifestadas en conferencias y charlas o vertidas en sus libros.
Manuel Gálvez tenía con el tango una relación de amor-odio. En Crónica general del tango [i], José Gobello cita algunas frases de los libros de Gálvez que revelan esa antinomia:

Pero, por otra parte, Gálvez no mezquinó epítetos cuando se refirió al tango en sus novelas: “Hacia 1904 o 1905 tocaba tangos en el piano en la tertulia de Leopoldo Lugones”.[ii] “La danza del arrabal me resultó fácil. No era extraño: yo sentía su música, y desde 1900 o 1901 tocaba tangos en el piano. Quienes me oían se asombraban de que yo, un ‘joven distinguido’, le diese a la música del arrabal tanto sabor. Lo bailé, pues, y bastante bien, ‘con mucho sentimiento’, según mis cómplices compañeras. Es que de veras lo sentía; sentía su alma, su color, su gusto a pecado, su voluptuosidad hipócrita”.[iii]



“Los vaivenes pecaminosos del tango…” (Una mujer moderna); “Un canallesco tango arrabalero…” (La maestra normal); “Mientras, de la guitarra y el bandoneón surgían las frases compadronas de un tango. Era una música sensual, canallesca, arrabalera, mezcla de insolencia y bajeza, de tiesura y voluptuosidad, de tristeza secular y alegría burda de prostíbulo, música que hablaba en lengua de germanía y de prisiones y que hacía pensar en escenas de la mala vida, en ambientes de bajo fondo poblados por siluetas de crimen. La melodía era de líneas desiguales, tan pronto unida como cortada, recta como sinuosa. Se hacía rígida para quebrarse enseguida. A veces se precipitaba para interrumpirse de súbito, o marcaba golpes rítmicos y duros para deslizarse al fin oscuramente. Y a su encanto adormecedor y turbador, a su sabor, que mareaba como un vino fuerte y espeso y que emborrachaba los sentidos, todo el patio bailaba. Las parejas se movían con lentitud pesada. Se bajaban, se alzaban, torcían a un lado y luego a otro, seguían tiesas caminando rectamente, y al fin se detenían para hamacarse hacia adelante y hacia atrás, en siluetas grotescas, cada hombre pegado a su compañera: ellas, graves y con los párpados entornados, y ellos con miradas torvas bajo sus chambergos de alas grandes que les caían sobre los ojos…” (Historia de arrabal)[iv]; “El litoral ha olvidado su música. Los inmigrantes, desalojando a los gauchos, han concluido con las canciones y los bailes criollos (…) En cambio tenemos ahora el tango, producto del cosmopolitismo, música híbrida y funesta. Yo no conozco nada tan repugnante como el tango argentino (…) Su baile es grotesco a fuerza de actitudes torpes y ridículas y significa el más alto exponente de guaranguería nacional. La música del tango ha penetrado en las más elevadas clases sociales; y en todas partes uno oye como castigo esa música fea y antiartística, prodigiosa de guaranguería y lamentable síntoma de nuestra desnacionalización. Cuando el argentino se emborracha le entra por hablar en ‘malevo’, por cantar La morocha o El choclo y por hacer odiosas posturas de compadrito orillero. Todo eso me parece muy natural. Su borrachera guaranga necesita exteriorizarse en una música y en un baile que son específicamente guarangos”. (El diario de Gabriel Quiroga, opiniones sobre la vida argentina). [v]



[i] Gobello, José. Op. citada, pág. 159.

[ii] Gálvez, Manuel. Amigos y maestros de mi juventud, 1961, pág 196.

[iii] Gálvez, Manuel. En el mundo de los seres ficticios, 1961, pág. 200.

[iv] Ed. De Decaulión, 1956, pág. 43.

[v] Lodi, María Lourdes, ponencia citada y Varela, Gustavo. Mal de tango, historia y genealogía moral de la música ciudadana. Ed. Paidós. Bs.As., 2005, pág. 44.

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